
El Blog de Juan Clemente Gómez
No hay nada más placentero que viajar por esos mundos de Dios, encontrarse de frente con un pinar y aspirar en silencio el perfume de los pinos; si el pinar está recién impregnado de lluvia, tanto mejor. Oler a pino es oler a Cuenca. Deambular por los pinares es flotar entre nubes de pura esencia conquense.
Por Juan Clemente Gómez
El estudioso Juan de
Por Juan Clemente Gómez
El estudioso Juan de
La cera es tan antigua como
Eran verdaderas obras de arte que servían para jugar con ellas en las carreras de los caminos hechos de arena en el Jardinillo .
Oler a cera es oler a Semana Santa con la iglesia de El Salvador repleta de pasos, refugio de nuestros juegos a escondidas de los mayores, cuando el templo se cerraba al público y nos colábamos para jugar al escondite detrás de los santos.
Oler a cera es estar de rodillas en el santuario de las Angustias a cualquier hora del día o de la noche, en cualquier época del año, frente a la sagrada imagen con los ojos cerrados, acompañado del chisporroteo de las velas, pidiendo a
Oler a cera es manosear la pequeña candela la noche de Pascua en la parroquia de Santa Ana; disimular las manchas de la cera derretida sobre la ropa; ir y venir tras el Cirio Pascual y cantar aleluyas como un descosido, sin saber que con cera también se practica un arte adivinatorio denominado ceromancia, vocablo confuso entre la jerga estudiantil, por aquello del mal augurio que conlleva practicar el arte del ceropataterismo.
De cera estaban hechas las tardes de Jueves Santo, en Uclés, el recorrido de los Monumentos con el abuelo Camilo, peregrinando de iglesia en Iglesia o las noches sin luz en el seminario, alumbrados con velas.
De cera son los exvotos del Cristo de
Vestigios de esta cerería -pastelería queda en la actualidad al inicio de la calle de
Y de cera son también los recuerdos de los velotes que recogíamos para hacernos el paso de
Cuentan que las brujas, con la cera de las velas que sustraen de un altar, fabrican figuras humanas sobre las que realizan hechizos clavándoles alfileres, artimaña diabólica a la que nunca he tenido acceso, aunque para ser sincero, confieso públicamente haber hecho mocos de cera y colocarlos bajo la sonrosada nariz del monaguillo –cepillo en la iglesia del Salvador, pero eso a fin de cuentas es una cuestión que no sale del ámbito litúrgico, cera bendita, para entendernos.
Abrir un contenedor para depositar la bolsa de basura no tiene nada de poético, al contrario, es un acto cotidiano, rutinario y sobre todo, maloliente. Basura a la basura. Fin de la obra. Y sin embargo, este buscador de olfatos perdidos predica todo lo contrario.
Por Juan Clemente Gómez
Abrir un contenedor para depositar la bolsa de basura no tiene nada de poético, al contrario, es un acto cotidiano, rutinario y sobre todo, maloliente. Basura a la basura. Fin de la obra. Y sin embargo, este buscador de olfatos perdidos predica todo lo contrario. Al abrir la tapa del contenedor las vaharadas fétidas le transportan años atrás, al basurero de la puerta de Valencia, estercolero oficial en
Aún pueden verse restos de humo sobre el techo de una pequeña oquedad, antes de llegar a
Hallar un grifo era el premio gordo de la lotería basureril. El cobre se cotizaba muy alto, al igual que el plomo. Era tan grande la necesidad de conseguir una mísera peseta que en ocasiones, los mayores de la pandilla hurgaban con una navaja entre las grandes lañas que aún se pueden contemplar sujetando la balaustrada del puentecillo del Huécar, en la misma puerta de Valencia.
El basurero se convertía en tierra de promisión para nuestros maltrechos bolsillos. Claro que la mayoría de las veces, los bolsillos sólo llegaban a casa con algunos sueltos de las cajas de cerillas, material obligado e imprescindible para jugar al trompo, al gua o al tejo.
Este olfateador, que ya de pequeño tenía afán aventurero, se adentraba con frecuencia en territorio sagrado, debajo de las peñas que sirven de cimiento al Monasterio de los Paules. La basura de los seminaristas era mucho mejor que la de los conquenses laicos, era, por supuesto, una basura celestial.
Olor prohibido para olfatos castos, la basura fermentada producía vahos de esperanza entre la chiquillería, hasta el extremo de considerar el basurero de los Paules como la causa de la curación de mi hermano Antonio, el famoso autor de poesía experimental, pues postrado en cama por una alta fiebre, sólo le mantenía vivo la ilusión de ir al rebuscar entre los desperdicios de los frailes.
Gracias al aprendizaje olfativo en el basurero he podido adaptarme a lo largo de mi vida a situaciones nauseabundas, convirtiéndola en simples avatares de la vida con más o menos impronta existencial, pero sin olor añadido, sin náusea de propina, es el caso de la época de servicio militar en Alcalá de Henares, con los chorretones de detritus de pescado podrido resbalándome por la pechera, o las letrinas rebosantes de los pabellones cuarteleros , o las arquetas de aguas sucias a punto de estallar en la pequeña vivienda de Las Pedroñeras, donde lo mismo te podías encontrar un dentadura postiza que una maquinilla de afeitar, entre los objetos más comunes.
Sólo hay que echarle ilusión a la vida; de una cosa tan común como la basura, también se pueden sacar elucubraciones poéticas, teniendo en cuenta que en el basurero de
El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de
Por Juan Clemente Gómez
El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de
La cámara de
El aceite del abuelo Clemente estaba racionado, pocas veces lo veíamos en la mesa, como si fuera oro líquido, permanecía a buen recaudo, casi escondido, en la cámara. Escaseaban las frituras en aquella casona, ya desaparecida. La comida era repetitiva, adaptada a lo que daba el escaso huerto: patatas, coles, alubias, más alubias, coles y patatas, cocidos viudos en el puchero, junto a la cocina bajera, y en el verano pepinos , tomates y algún melón, aparte de cerezas y peras cermeñas.
El aceite se reservaba para las grandes ocasiones, algún hijo que volvía al hogar, alguna visita ilustrada, no en vano el abuelo Clemente era una autoridad en el pueblo. Su profesión de practicante, de la que daba fe el famoso título de Su Majestad Alfonso XIII (lleno de cagaditas de moscas), le proporcionaba codearse con la flor y nata del contorno y su verbo fluido le había servido desde su juventud para hacerse un hueco de orador en el Colegio Oficial de Practicantes de Cuenca.
El abuelo Clemente, D. Clemente para todo los lugareños, sabía muchas cosas incluso que en los casos de mordedura de víbora se unta con aceite la parte y el miembro mordido, acercándolos al fuego, o poniendo debajo carbones encendidos. También aprovecha el aceite en todos los casos de picadura de escorpión, de abejas y de otros insectos.
En la cámara donde dormía la gran vasija de aceite se encontraba también el cuarto de los invitados, una escasa y sobria habitación ocupada por una enorme cama de hierro patilarga y de colchón de borra que daba al corralón de la casa ,solaz de gallinas bullangueras. Bajo la cama nunca faltaba el socorrido vaso de noche, circunloquio demasiado fino para tan vulgar recipiente llamado orinala por la gente del lugar, que no se andaba con demasiadas contemplaciones lingüísticas. La tarea de desaguar las orinalas correspondía a la abuela Ángela, en aquella época estaba muy mal visto que todo un licenciado por Su Majestad Alfonso XIII caminara por los corrales a escondidas vertiendo aguas menores.
El aceite de oliva, se emplea útilmente en los emplastos, ungüentos, inyecciones, lavativas emolientes, y sobre todo en los casos de dolor causados por la presencia de un cálculo urinario. Todas estas cualidades permanecían ocultas para el Sr. Daniel cuando despachaba los cuartillos de aceite y para las mujeres del barrio que le dejaban a deber las compras, a pesar del gran cartel que presidía la tienda: HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ.
O leer:
Hay dos clases de cera, la amarilla, que es la natural, y la blanca que, según el doctor en cirugía José Jacobo Plenk, se pone a blanquear al sol y al aire a fuerza de lavaduras reiteradas. La blanca es más quebradiza, la amarilla más blanda. En esta ocasión el buscador de olores no se refiere a la blanca, la cual deja para otra ocasión, sino a la amarilla, cuyo olor y sabor es mejor que en la blanca.
Por Juan Clemente Gómez
Hay dos clases de cera, la amarilla, que es la natural, y la blanca que, según el doctor en cirugía José Jacobo Plenk, se pone a blanquear al sol y al aire a fuerza de lavaduras reiteradas. La blanca es más quebradiza, la amarilla más blanda. En esta ocasión el buscador de olores no se refiere a la blanca, la cual deja para otra ocasión, sino a la amarilla, cuyo olor y sabor es mejor que en la blanca.
La afición por mi padre Isidoro a las colmenas le nació ya por casta. No en vano, su padre, el abuelo Clemente, tenía Colmenar de segundo apellido, de casta y de necesidad. Siempre estuvo Isidoro proclive a sacar unas pesetas allá donde hubiera ocasión y en
Una de las tareas esenciales en la colmena es preparar los cuadros, para lo cual es preciso colocar las láminas en el propio cuadro, pero no de cualquier manera, sino con la ayuda de un sencillo artilugio, parecido a un fino rodillo candente que al quemar la cera la hacía unirse al alambre del cuadro. Ahí esta el perfume ceráceo. Una mezcla de chamusquina melífera con incienso encerado, algo así como la antesala del santa santorum de los judíos. La base de operaciones era al principio el pequeño comedor-salita de estar -habitación multiusos de la calle de
Una vez realizada la cata de las colmenas, quedaba en los bidones una mezcla informe de miel, cera y restos de abejas, que era necesario cocer para clarificar y sacar a flote el dulce contenido. La cera quedaba en la superficie en forma de tortas gruesas y olorosas. Olor que nos acompañaba en casa durante mucho tiempo. Amelia, mi madre, solía aprovechar la cera para hacer velas artesanales, y los demás nos divertíamos amasando pelotillas y bolas para jugar al gua, que vaya usted a saber qué clase de bolas salían de nuestras manos. Las tortas grandes las compraban después en la cerería o nos las cambiaban por láminas para hacer nuevos cuadros.
Esta pequeña industria familiar sacó a mis padres de algún que otro apuro, pues fruto de la laboriosidad de Isidoro, las vecinas se acercaban por casa al olor de la miel fresca recién recogida y elaborada en las tierras alcarreñas de Olmedilla de Eliz, solar del abuelo Clemente, el del título de practicante firmado por su Majestad el Rey D. Alfonso XIII y acribillado de cagaditas de mosca .
Estos olorosas ceras amarillas ponen a flor del recuerdo el día que a Isidoro se le cayó por descuido la dentadura postiza, yendo a parar a un bidón de miel. Nadie supo jamás que pasó con ella, posiblemente fuera fagocitada por los vapores cerúleos, el caso es que jamás apareció.
Pongo en conocimiento de lectores curiosos y olorantes que la naturaleza de la cera amarilla no es disoluble en el agua ni el espíritu de vino; tiene virtud emoliente y emplástica; destilada da una flema ácida y un aceite butiroso, y con una parte de cera y otras cuatro de miel, todo derretido a un fuego suave, podemos conseguir el ceromel, un cerato muy bueno para cubrir las heridas y úlceras, aconsejado por el Dr. Lenk para los sabañones abiertos.