martes, 26 de enero de 2021

 

  

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PALABRAS OLVIDADAS Y EN PELIGRO DE EXTINCIÓN

ESTÓLIDO: Falto de razón y de discurso.
Cierto artista de Toronto,
de narices bien dotado,
pinta moscas en el aire
y gatos en el tejado.
Montado en un taburete,
se cayó por el retrete,
por estólido y por tonto
aquel bobo de Toronto.
COPYRIGHT: Juan Clemente Gómez4525668G

martes, 13 de abril de 2010

"Haciendo el pino" (09/04/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

No hay nada más placentero que viajar por esos mundos de Dios, encontrarse de frente con un pinar y aspirar en silencio el perfume de los pinos; si el pinar está recién impregnado de lluvia, tanto mejor. Oler a pino es oler a Cuenca. Deambular por los pinares es flotar entre nubes de pura esencia conquense.

Por Juan Clemente Gómez

No hay nada más placentero que viajar por esos mundos de Dios, encontrarse de frente con un pinar y aspirar en silencio el perfume de los pinos; el pinar está recién impregnado de lluvia, tanto mejor. Oler a pino es oler a Cuenca. Deambular por los pinares es flotar entre nubes de pura esencia conquense.
El contacto con los pinos viene desde edad muy temprana, en pleno corazón de la ciudad, teníamos los chavales un pinarcillo en el cerro de los Moralejos, que nos servía para escurrirnos desde la cima y llegar abajo con la culera de los pantalones hecha unos zorros. Al llegar Navidad era santuario obligado donde cogíamos algunas ramas para adornar el Nacimiento.
En el verano, la primera tortilla campestre se disfrutaba en “Los pinillos”, absorbidos ahora por la urbanización de “Las Malvinas”. Rozando ya los nueve o diez años, sin saber que las agujas de pino son adecuadas para muchas lociones capilares e ingredientes para el baño, incluyendo, desde luego, el tan rico y recomendable gel de pino, los chicos de Acción Católica, ubicada en el piso superior de PALAFOX, nos íbamos de excursión al Pinar de Jábaga, cantando como jabatos el “Para ser conductor de primera, acelera, acelera, acelera, señor conductor…”
Nos daban un balón de reglamento y hala a jugar en la inmensa explanada, limpia entonces de chalets, Rentos, Vírgenes y altares a San Cristóbal, lo único que estaba en pie era un refugio y una casa de alta alcurnia.
Por el refugio nos metíamos pensando en las hazañas de Roberto Alcázar y Pedrín, quizás el Jabato o el Capitán Trueno en busca de aventuras y al salir del túnel siempre nos esperaba, a la sombra de los pinos, un bocadillo de tortilla francesa llena de hormigas que se habían colado en el talego de tela a cuadros, algún huevo duro y un plátano.
Luego a esperar que el conductor de primera nos llevara a Cuenca, para nosotros muy lejana a pesar de la cercanía. En aquellos tiempos no podíamos pensar en excursiones más allá de nuestras narices.
Mientras llegaba el autobús de Rodríguez, este buscador de olores, que ya era un tanto místico y rara avis, se alejaba de la multitud para internarse en el inmenso pinar, en busca de algún apartado rincón, con la vaga esperanza de convertirse en un afortunado pastorcillo, como los de Fátima o Lourdes a quien la Virgen se le apareciese sobre un pimpollo de pino. Con el paso del tiempo, se fue abriendo el abanico de excursiones, llegando hasta los confines de Los Palancares, donde el pino es el rey de la creación. Más tarde, con clara vocación ecologista y vegetariana, tuvo acceso a los arcanos de la botánica, conociendo que las ramas tiernas del pino en cocimiento -30 gramos por litro de agua-, es un excelente depurativo de la sangre, muy útil contra la sífilis, escrófulas, gangrena pulmonar y enfermedades de la piel en general. Además se usa contra el reumatismo, la gota, las afecciones de los riñones, retención de la orina, hidropesía, catarros bronquiales y pulmonares, el asma y el escorbuto.
La corteza en cocimiento, 20 gramos por litro de agua, se bebe contra la fiebre, y se usa al exterior, para lavar y curar las úlceras de la piel. El carbón del pino reducido a polvo, se toma en pequeñas dosis, para neutralizar y eliminar los gases del estómago, y también para corregir la fetidez del aliento.
Por las venas de Cuenca corre la sangre del pino, la savia perfumada, dando nombre a pueblos como Almodóvar del Pinar, Pineda, Pinoso, Pinarejo, Casas de los Pinos y Verdelpino de Huete. Savia que los conquenses llevamos ya desde nuestros primeros pinitos y que paseamos por el mundo, saliendo desde la Carretería hasta el quinto pino, más o menos, vaya Usted a saber.
"Cera bendita" (02/04/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

El estudioso Juan de la Cosa, en su libro 'De Contrebiae rerum Natura', distingue entre la sustancia llamada cera y el olor de la cera, realidades muy diferentes. La cera es la materia 'ex qua' de la vela, sacramental casi con rango de sacramento, mientras que el olor a cera es una situación catárquica, una emoción espiritual, un saber estar en el monte Tabor, rozando el cielo

Por Juan Clemente Gómez

El estudioso Juan de la Cosa, en su libro De Contrebiae rerum Natura, distingue entre la sustancia llamada cera y el olor de la cera, realidades muy diferentes. La cera es la materia ex qua de la vela, sacramental casi con rango de sacramento, mientras que el olor a cera es una situación catárquica, una emoción espiritual, un saber estar en el monte Tabor, rozando el cielo.

La cera es tan antigua como la Humanidad. En tiempos pasados para que el espíritu no volviese a los muertos, se sellaba con cera la boca del difunto, e igual se hacía con las estatuas. Del mismo modo, los chiquillos del Jardinillo utilizamos la cera para sellar las chapas de cerveza donde habíamos depositado con todo el cuidado del mundo el rostro de un futbolista ( de los cromos que salían en las tabletas de chocolate El alicantino) tapado con un cristal.

Eran verdaderas obras de arte que servían para jugar con ellas en las carreras de los caminos hechos de arena en el Jardinillo .

Oler a cera es oler a Semana Santa con la iglesia de El Salvador repleta de pasos, refugio de nuestros juegos a escondidas de los mayores, cuando el templo se cerraba al público y nos colábamos para jugar al escondite detrás de los santos.

Oler a cera es estar de rodillas en el santuario de las Angustias a cualquier hora del día o de la noche, en cualquier época del año, frente a la sagrada imagen con los ojos cerrados, acompañado del chisporroteo de las velas, pidiendo a la Virgen salir con éxito de los exámenes, aprobar la oposición para poder ir al altar como Dios manda, con el pan debajo del brazo.

Oler a cera es manosear la pequeña candela la noche de Pascua en la parroquia de Santa Ana; disimular las manchas de la cera derretida sobre la ropa; ir y venir tras el Cirio Pascual y cantar aleluyas como un descosido, sin saber que con cera también se practica un arte adivinatorio denominado ceromancia, vocablo confuso entre la jerga estudiantil, por aquello del mal augurio que conlleva practicar el arte del ceropataterismo.

De cera estaban hechas las tardes de Jueves Santo, en Uclés, el recorrido de los Monumentos con el abuelo Camilo, peregrinando de iglesia en Iglesia o las noches sin luz en el seminario, alumbrados con velas.

De cera son los exvotos del Cristo de la Caridad de Priego, allá en lo alto del convento de San Miguel de la Victoria, presidiendo el estrecho del río Escabas. O la cerería Palomo en la calle de Alonso de Ojeda, por cuyos ventanucos a flor del suelo, mi hermano Antonio y yo nos asomábamos intentando adivinar los extraños movimientos “velatorios” que intuíamos a través de los cristales enrejados.

Vestigios de esta cerería -pastelería queda en la actualidad al inicio de la calle de la Moneda, una pequeña tienda, que anteriormente fue peluquería, donde se pueden adquirir toda clase de productos de cera.

Y de cera son también los recuerdos de los velotes que recogíamos para hacernos el paso de la Cruz Desnuda, el único al que nuestro maltrecho presupuesto tenía posibilidad de salir en andas por el barrio.

Cuentan que las brujas, con la cera de las velas que sustraen de un altar, fabrican figuras humanas sobre las que realizan hechizos clavándoles alfileres, artimaña diabólica a la que nunca he tenido acceso, aunque para ser sincero, confieso públicamente haber hecho mocos de cera y colocarlos bajo la sonrosada nariz del monaguillo –cepillo en la iglesia del Salvador, pero eso a fin de cuentas es una cuestión que no sale del ámbito litúrgico, cera bendita, para entendernos.

"Poesía en la basura" (26/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

Abrir un contenedor para depositar la bolsa de basura no tiene nada de poético, al contrario, es un acto cotidiano, rutinario y sobre todo, maloliente. Basura a la basura. Fin de la obra. Y sin embargo, este buscador de olfatos perdidos predica todo lo contrario.

Por Juan Clemente Gómez

Abrir un contenedor para depositar la bolsa de basura no tiene nada de poético, al contrario, es un acto cotidiano, rutinario y sobre todo, maloliente. Basura a la basura. Fin de la obra. Y sin embargo, este buscador de olfatos perdidos predica todo lo contrario. Al abrir la tapa del contenedor las vaharadas fétidas le transportan años atrás, al basurero de la puerta de Valencia, estercolero oficial en la Cuenca de los cincuenta, donde todos los barrenderos descargaban sus grandes carretones repletos de desechos.

Aún pueden verse restos de humo sobre el techo de una pequeña oquedad, antes de llegar a la Cueva del tío Serafín, es el lugar exacto donde en aquella época los zagales pasábamos las horas muertas hurgando con un palo entre la basura, con la ilusión de encontrar algún trozo de metal, clavos, tornillos, chapas, lo que fuera. Todo valía para sacarnos unas perrillas en las cercanas chamarilerías de la carretera de Palomera, antes de llegar a la fábrica de cementos el Porlan .

Hallar un grifo era el premio gordo de la lotería basureril. El cobre se cotizaba muy alto, al igual que el plomo. Era tan grande la necesidad de conseguir una mísera peseta que en ocasiones, los mayores de la pandilla hurgaban con una navaja entre las grandes lañas que aún se pueden contemplar sujetando la balaustrada del puentecillo del Huécar, en la misma puerta de Valencia.

El basurero se convertía en tierra de promisión para nuestros maltrechos bolsillos. Claro que la mayoría de las veces, los bolsillos sólo llegaban a casa con algunos sueltos de las cajas de cerillas, material obligado e imprescindible para jugar al trompo, al gua o al tejo.

Este olfateador, que ya de pequeño tenía afán aventurero, se adentraba con frecuencia en territorio sagrado, debajo de las peñas que sirven de cimiento al Monasterio de los Paules. La basura de los seminaristas era mucho mejor que la de los conquenses laicos, era, por supuesto, una basura celestial.

Olor prohibido para olfatos castos, la basura fermentada producía vahos de esperanza entre la chiquillería, hasta el extremo de considerar el basurero de los Paules como la causa de la curación de mi hermano Antonio, el famoso autor de poesía experimental, pues postrado en cama por una alta fiebre, sólo le mantenía vivo la ilusión de ir al rebuscar entre los desperdicios de los frailes.

Gracias al aprendizaje olfativo en el basurero he podido adaptarme a lo largo de mi vida a situaciones nauseabundas, convirtiéndola en simples avatares de la vida con más o menos impronta existencial, pero sin olor añadido, sin náusea de propina, es el caso de la época de servicio militar en Alcalá de Henares, con los chorretones de detritus de pescado podrido resbalándome por la pechera, o las letrinas rebosantes de los pabellones cuarteleros , o las arquetas de aguas sucias a punto de estallar en la pequeña vivienda de Las Pedroñeras, donde lo mismo te podías encontrar un dentadura postiza que una maquinilla de afeitar, entre los objetos más comunes.

Sólo hay que echarle ilusión a la vida; de una cosa tan común como la basura, también se pueden sacar elucubraciones poéticas, teniendo en cuenta que en el basurero de la Puerta de Valencia, los desperdicios eran más bien escasos, porque la materia orgánica se quedaba en casa para alimentar a las gallinas escondidas en las cámaras o al perro de la esquina, o a los gatos de la señora Emilia, parientes de Zequiel el duende con alas mágicas que aún sombrea por los tejados de Cuenca, la Cuenca de mis olores.

lunes, 12 de abril de 2010

"Memorias del aceite de pueblo" (19/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de la Puerta de Valencia, a granel, en cuartos y cuartillos.

Por Juan Clemente Gómez

El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de la Puerta de Valencia, a granel, en cuartos y cuartillos, sacado del bidón grande con la ayuda de una sencilla bomba de émbolos hechos de cinc; al aceite que tantas tardes servía de merienda untado en un buen cantero de pan con un poco de azúcar; al aceite que reposaba meses y meses en la cámara del abuelo Clemente, en Olmedilla de Eliz, “la Olmedilla”, para entendernos.

La cámara de la Olmedilla era todo un tesoro de sorpresas olfativas y vivencias acurrucadas ya en el desván de la memoria. Un montón de trigo por acá, alguna ristra de ajos colgada de una viga, quizás un tasajo de salón reseco, los libros del abuelo esparcidos en un montón, más o menos como los de D. Quijote antes de ser pasto de la hoguera, y otros cachivaches imprecisos. Todo este maremágnum se mantenía adobado por el omnipresente perfume de una gran vasija de aceite que rezumaba olor a viejo, a humedad, a sudor de temporeros y a humedad de almazara artesanal.

El aceite del abuelo Clemente estaba racionado, pocas veces lo veíamos en la mesa, como si fuera oro líquido, permanecía a buen recaudo, casi escondido, en la cámara. Escaseaban las frituras en aquella casona, ya desaparecida. La comida era repetitiva, adaptada a lo que daba el escaso huerto: patatas, coles, alubias, más alubias, coles y patatas, cocidos viudos en el puchero, junto a la cocina bajera, y en el verano pepinos , tomates y algún melón, aparte de cerezas y peras cermeñas.

El aceite se reservaba para las grandes ocasiones, algún hijo que volvía al hogar, alguna visita ilustrada, no en vano el abuelo Clemente era una autoridad en el pueblo. Su profesión de practicante, de la que daba fe el famoso título de Su Majestad Alfonso XIII (lleno de cagaditas de moscas), le proporcionaba codearse con la flor y nata del contorno y su verbo fluido le había servido desde su juventud para hacerse un hueco de orador en el Colegio Oficial de Practicantes de Cuenca.

El abuelo Clemente, D. Clemente para todo los lugareños, sabía muchas cosas incluso que en los casos de mordedura de víbora se unta con aceite la parte y el miembro mordido, acercándolos al fuego, o poniendo debajo carbones encendidos. También aprovecha el aceite en todos los casos de picadura de escorpión, de abejas y de otros insectos.

En la cámara donde dormía la gran vasija de aceite se encontraba también el cuarto de los invitados, una escasa y sobria habitación ocupada por una enorme cama de hierro patilarga y de colchón de borra que daba al corralón de la casa ,solaz de gallinas bullangueras. Bajo la cama nunca faltaba el socorrido vaso de noche, circunloquio demasiado fino para tan vulgar recipiente llamado orinala por la gente del lugar, que no se andaba con demasiadas contemplaciones lingüísticas. La tarea de desaguar las orinalas correspondía a la abuela Ángela, en aquella época estaba muy mal visto que todo un licenciado por Su Majestad Alfonso XIII caminara por los corrales a escondidas vertiendo aguas menores.

El aceite de oliva, se emplea útilmente en los emplastos, ungüentos, inyecciones, lavativas emolientes, y sobre todo en los casos de dolor causados por la presencia de un cálculo urinario. Todas estas cualidades permanecían ocultas para el Sr. Daniel cuando despachaba los cuartillos de aceite y para las mujeres del barrio que le dejaban a deber las compras, a pesar del gran cartel que presidía la tienda: HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ.

viernes, 19 de marzo de 2010

"Virtudes de la cera amarilla" (12/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

Ver en su contexto: http://www.vocesdecuenca.com/frontend/voces/Virtudes--De-La-Cera-Amarilla-vn4092-vst354


O leer:

Hay dos clases de cera, la amarilla, que es la natural, y la blanca que, según el doctor en cirugía José Jacobo Plenk, se pone a blanquear al sol y al aire a fuerza de lavaduras reiteradas. La blanca es más quebradiza, la amarilla más blanda. En esta ocasión el buscador de olores no se refiere a la blanca, la cual deja para otra ocasión, sino a la amarilla, cuyo olor y sabor es mejor que en la blanca.


Por Juan Clemente Gómez


Hay dos clases de cera, la amarilla, que es la natural, y la blanca que, según el doctor en cirugía José Jacobo Plenk, se pone a blanquear al sol y al aire a fuerza de lavaduras reiteradas. La blanca es más quebradiza, la amarilla más blanda. En esta ocasión el buscador de olores no se refiere a la blanca, la cual deja para otra ocasión, sino a la amarilla, cuyo olor y sabor es mejor que en la blanca.

La afición por mi padre Isidoro a las colmenas le nació ya por casta. No en vano, su padre, el abuelo Clemente, tenía Colmenar de segundo apellido, de casta y de necesidad. Siempre estuvo Isidoro proclive a sacar unas pesetas allá donde hubiera ocasión y en la Cuenca de los cincuenta la ocasión se presentó en forma de colmenas, al principio un par de ellas, más tarde cuatro o cinco, y poco a poco el número se fue incrementando hasta tener más de 30 colmenas que cuidar, mimar y trabajar, que una colmena no es moco de pavo ni pelos de gorrino.

Una de las tareas esenciales en la colmena es preparar los cuadros, para lo cual es preciso colocar las láminas en el propio cuadro, pero no de cualquier manera, sino con la ayuda de un sencillo artilugio, parecido a un fino rodillo candente que al quemar la cera la hacía unirse al alambre del cuadro. Ahí esta el perfume ceráceo. Una mezcla de chamusquina melífera con incienso encerado, algo así como la antesala del santa santorum de los judíos. La base de operaciones era al principio el pequeño comedor-salita de estar -habitación multiusos de la calle de la Moneda, convertida en almacén improvisado. Más tarde, la leñera de las doscientas, junto a la plaza de toros, por donde aún debe de rodar alguna bola informe de esta cera blanda y moldeable, de color ambarino.

Una vez realizada la cata de las colmenas, quedaba en los bidones una mezcla informe de miel, cera y restos de abejas, que era necesario cocer para clarificar y sacar a flote el dulce contenido. La cera quedaba en la superficie en forma de tortas gruesas y olorosas. Olor que nos acompañaba en casa durante mucho tiempo. Amelia, mi madre, solía aprovechar la cera para hacer velas artesanales, y los demás nos divertíamos amasando pelotillas y bolas para jugar al gua, que vaya usted a saber qué clase de bolas salían de nuestras manos. Las tortas grandes las compraban después en la cerería o nos las cambiaban por láminas para hacer nuevos cuadros.


Esta pequeña industria familiar sacó a mis padres de algún que otro apuro, pues fruto de la laboriosidad de Isidoro, las vecinas se acercaban por casa al olor de la miel fresca recién recogida y elaborada en las tierras alcarreñas de Olmedilla de Eliz, solar del abuelo Clemente, el del título de practicante firmado por su Majestad el Rey D. Alfonso XIII y acribillado de cagaditas de mosca .


Estos olorosas ceras amarillas ponen a flor del recuerdo el día que a Isidoro se le cayó por descuido la dentadura postiza, yendo a parar a un bidón de miel. Nadie supo jamás que pasó con ella, posiblemente fuera fagocitada por los vapores cerúleos, el caso es que jamás apareció.

Pongo en conocimiento de lectores curiosos y olorantes que la naturaleza de la cera amarilla no es disoluble en el agua ni el espíritu de vino; tiene virtud emoliente y emplástica; destilada da una flema ácida y un aceite butiroso, y con una parte de cera y otras cuatro de miel, todo derretido a un fuego suave, podemos conseguir el ceromel, un cerato muy bueno para cubrir las heridas y úlceras, aconsejado por el Dr. Lenk para los sabañones abiertos.

lunes, 8 de marzo de 2010

"Turiferario en apuros" (05/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca"

Ver en su contexto: http://www.vocesdecuenca.com/frontend/voces/Turiferario-En-Apuros-vn3986-vst354

O leer:
Dicen que el incienso se ha utilizado desde la antigüedad en civilizaciones como la egipcia o la griega, y luego lo tomó la cristiana, porque es una forma de agradar a los dioses. También se utiliza en la actualidad para perfumar los hogares y mantener un clima de paz y sosiego mental.
Por Juan Clemente Gómez


Dicen que el incienso se ha utilizado desde la antigüedad en civilizaciones como la egipcia o la griega, y luego lo tomó la cristiana, porque es una forma de agradar a los dioses. También se utiliza en la actualidad para perfumar los hogares y mantener un clima de paz y sosiego mental. Para mí, cuando percibo las vaharadas del incienso me sumerjo en la antigua capilla de las monjas “blancas”, cuando tenían la entrada por la placeta del seminario de San Julián. Los chicos que estudiábamos en la escuela preparatoria el seminario, bajo el mando de D. Jesús González Galindo, teníamos el privilegio de ayudar a Misa en la Capilla de las Blancas. Sólo con entrar en territorio de clausura suponía estar en contacto con el Más Allá, siempre olía a incienso, era estar flotando en una nube olorosa, penetrante y exótica, casi asfixiante, rodeado de monjas invisibles, algo así como la antesala del cielo. Este recuerdo me lleva también, casi de la mano, a las exaltaciones eucarísticas de D. Camilo Fernández de Lelis y la celebración del Congreso Eucarístico en Carboneras de Guadazaón, donde ya Carlos de la Rica, el descubridor de Contrebia, reinaba por los cuatro costados de la villa. Cánticos, alabanzas y coronas barrocas de hosannas, rodean mi mente calenturienta, atrapada entre caprichosas volutas del incienso. Eran años de devoción sencilla y popular enraizada en el patriotismo de la España católica, en la que no tenían cabida ni rojos, ni ateos, ni judíos y Su Santidad Pío XII era la encarnación de Dios en la Tierra.
Toda mi vida infantil me acompañó el perfume del incienso, sin embargo cuando más contacto tuve con este olor de dioses fue durante el año que me nombraron Maestro de Ceremonias en el seminario de Uclés. ¿De dónde a mí tal honor? ¿No es éste, el hijo del cartero? Yo, que siempre había huído de cargos y figuraciones. Era un trabajo muy importante, era como estar en la cúspide de la escala social seminarística, la envidia de propios y visitantes. Pienso que ya desde entonces, siento en el estómago una rara sensación de caída de vísceras cuando se me cruza por la mente alguna actuación pública un tanto indigesta. Lo más engorroso del incienso, aparte del equilibrio que se ha de tener para llevar el incensario y la naveta en la misma mano, es la propia incensación o acto de extender el perfume. Ya hay que tener maña para quemar la pastilla de carbón, pero cuando hay que coger el incensario y pasarlo de mano al sacerdote el asunto se complica. Yo, que siempre he sido un negado para las tareas manuales, sudaba gotas de sangre cuando no tenía más remedio que ejercer esta misión. No había día que no se me liaran las cadenas del incensario, o que lo cambiara de mano, ofreciéndole al sacerdote un amasijo de cadenas totalmente inviable. La situación llegó al colmo una tarde de Jueves Santo, durante la procesión del Monumento, que en lugar de presidir el cortejo incensiando a izquierda y derecha, lo hice caminando hacia atrás, totalmente al revés, bajo el estupor de los presentes. Era una nueva forma que me había inventado, rompiendo todos los cánones. En eso, la verdad es que ya era yo un adelantado a la renovación de las normas litúrgicas del Vaticano II. De todas formas, me agrada saber que con estas palabras estoy contribuyendo a la resurrección de la palabra turiferario, olorosa rozando la divinidad y exótica donde las haya.