lunes, 8 de marzo de 2010

"Turiferario en apuros" (05/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca"

Ver en su contexto: http://www.vocesdecuenca.com/frontend/voces/Turiferario-En-Apuros-vn3986-vst354

O leer:
Dicen que el incienso se ha utilizado desde la antigüedad en civilizaciones como la egipcia o la griega, y luego lo tomó la cristiana, porque es una forma de agradar a los dioses. También se utiliza en la actualidad para perfumar los hogares y mantener un clima de paz y sosiego mental.
Por Juan Clemente Gómez


Dicen que el incienso se ha utilizado desde la antigüedad en civilizaciones como la egipcia o la griega, y luego lo tomó la cristiana, porque es una forma de agradar a los dioses. También se utiliza en la actualidad para perfumar los hogares y mantener un clima de paz y sosiego mental. Para mí, cuando percibo las vaharadas del incienso me sumerjo en la antigua capilla de las monjas “blancas”, cuando tenían la entrada por la placeta del seminario de San Julián. Los chicos que estudiábamos en la escuela preparatoria el seminario, bajo el mando de D. Jesús González Galindo, teníamos el privilegio de ayudar a Misa en la Capilla de las Blancas. Sólo con entrar en territorio de clausura suponía estar en contacto con el Más Allá, siempre olía a incienso, era estar flotando en una nube olorosa, penetrante y exótica, casi asfixiante, rodeado de monjas invisibles, algo así como la antesala del cielo. Este recuerdo me lleva también, casi de la mano, a las exaltaciones eucarísticas de D. Camilo Fernández de Lelis y la celebración del Congreso Eucarístico en Carboneras de Guadazaón, donde ya Carlos de la Rica, el descubridor de Contrebia, reinaba por los cuatro costados de la villa. Cánticos, alabanzas y coronas barrocas de hosannas, rodean mi mente calenturienta, atrapada entre caprichosas volutas del incienso. Eran años de devoción sencilla y popular enraizada en el patriotismo de la España católica, en la que no tenían cabida ni rojos, ni ateos, ni judíos y Su Santidad Pío XII era la encarnación de Dios en la Tierra.
Toda mi vida infantil me acompañó el perfume del incienso, sin embargo cuando más contacto tuve con este olor de dioses fue durante el año que me nombraron Maestro de Ceremonias en el seminario de Uclés. ¿De dónde a mí tal honor? ¿No es éste, el hijo del cartero? Yo, que siempre había huído de cargos y figuraciones. Era un trabajo muy importante, era como estar en la cúspide de la escala social seminarística, la envidia de propios y visitantes. Pienso que ya desde entonces, siento en el estómago una rara sensación de caída de vísceras cuando se me cruza por la mente alguna actuación pública un tanto indigesta. Lo más engorroso del incienso, aparte del equilibrio que se ha de tener para llevar el incensario y la naveta en la misma mano, es la propia incensación o acto de extender el perfume. Ya hay que tener maña para quemar la pastilla de carbón, pero cuando hay que coger el incensario y pasarlo de mano al sacerdote el asunto se complica. Yo, que siempre he sido un negado para las tareas manuales, sudaba gotas de sangre cuando no tenía más remedio que ejercer esta misión. No había día que no se me liaran las cadenas del incensario, o que lo cambiara de mano, ofreciéndole al sacerdote un amasijo de cadenas totalmente inviable. La situación llegó al colmo una tarde de Jueves Santo, durante la procesión del Monumento, que en lugar de presidir el cortejo incensiando a izquierda y derecha, lo hice caminando hacia atrás, totalmente al revés, bajo el estupor de los presentes. Era una nueva forma que me había inventado, rompiendo todos los cánones. En eso, la verdad es que ya era yo un adelantado a la renovación de las normas litúrgicas del Vaticano II. De todas formas, me agrada saber que con estas palabras estoy contribuyendo a la resurrección de la palabra turiferario, olorosa rozando la divinidad y exótica donde las haya.



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