lunes, 12 de abril de 2010

"Memorias del aceite de pueblo" (19/03/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de la Puerta de Valencia, a granel, en cuartos y cuartillos.

Por Juan Clemente Gómez

El aceite de oliva posee cualidades alimenticias, curativas, religiosas, relajantes y míticas. Según el afamado doctor en Cirugía D. José Jacobo Plenk el aceite relaja, lubrifica, envuelve y embota. El buscador de olfatos perdidos se refiere al aceite de oliva de toda la vida, al que vendía el Sr. Daniel en su tienda de ultramarinos de la Puerta de Valencia, a granel, en cuartos y cuartillos, sacado del bidón grande con la ayuda de una sencilla bomba de émbolos hechos de cinc; al aceite que tantas tardes servía de merienda untado en un buen cantero de pan con un poco de azúcar; al aceite que reposaba meses y meses en la cámara del abuelo Clemente, en Olmedilla de Eliz, “la Olmedilla”, para entendernos.

La cámara de la Olmedilla era todo un tesoro de sorpresas olfativas y vivencias acurrucadas ya en el desván de la memoria. Un montón de trigo por acá, alguna ristra de ajos colgada de una viga, quizás un tasajo de salón reseco, los libros del abuelo esparcidos en un montón, más o menos como los de D. Quijote antes de ser pasto de la hoguera, y otros cachivaches imprecisos. Todo este maremágnum se mantenía adobado por el omnipresente perfume de una gran vasija de aceite que rezumaba olor a viejo, a humedad, a sudor de temporeros y a humedad de almazara artesanal.

El aceite del abuelo Clemente estaba racionado, pocas veces lo veíamos en la mesa, como si fuera oro líquido, permanecía a buen recaudo, casi escondido, en la cámara. Escaseaban las frituras en aquella casona, ya desaparecida. La comida era repetitiva, adaptada a lo que daba el escaso huerto: patatas, coles, alubias, más alubias, coles y patatas, cocidos viudos en el puchero, junto a la cocina bajera, y en el verano pepinos , tomates y algún melón, aparte de cerezas y peras cermeñas.

El aceite se reservaba para las grandes ocasiones, algún hijo que volvía al hogar, alguna visita ilustrada, no en vano el abuelo Clemente era una autoridad en el pueblo. Su profesión de practicante, de la que daba fe el famoso título de Su Majestad Alfonso XIII (lleno de cagaditas de moscas), le proporcionaba codearse con la flor y nata del contorno y su verbo fluido le había servido desde su juventud para hacerse un hueco de orador en el Colegio Oficial de Practicantes de Cuenca.

El abuelo Clemente, D. Clemente para todo los lugareños, sabía muchas cosas incluso que en los casos de mordedura de víbora se unta con aceite la parte y el miembro mordido, acercándolos al fuego, o poniendo debajo carbones encendidos. También aprovecha el aceite en todos los casos de picadura de escorpión, de abejas y de otros insectos.

En la cámara donde dormía la gran vasija de aceite se encontraba también el cuarto de los invitados, una escasa y sobria habitación ocupada por una enorme cama de hierro patilarga y de colchón de borra que daba al corralón de la casa ,solaz de gallinas bullangueras. Bajo la cama nunca faltaba el socorrido vaso de noche, circunloquio demasiado fino para tan vulgar recipiente llamado orinala por la gente del lugar, que no se andaba con demasiadas contemplaciones lingüísticas. La tarea de desaguar las orinalas correspondía a la abuela Ángela, en aquella época estaba muy mal visto que todo un licenciado por Su Majestad Alfonso XIII caminara por los corrales a escondidas vertiendo aguas menores.

El aceite de oliva, se emplea útilmente en los emplastos, ungüentos, inyecciones, lavativas emolientes, y sobre todo en los casos de dolor causados por la presencia de un cálculo urinario. Todas estas cualidades permanecían ocultas para el Sr. Daniel cuando despachaba los cuartillos de aceite y para las mujeres del barrio que le dejaban a deber las compras, a pesar del gran cartel que presidía la tienda: HOY NO SE FÍA, MAÑANA SÍ.

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