martes, 13 de abril de 2010

"Cera bendita" (02/04/2010) en el diario digital "Voces de Cuenca".

El estudioso Juan de la Cosa, en su libro 'De Contrebiae rerum Natura', distingue entre la sustancia llamada cera y el olor de la cera, realidades muy diferentes. La cera es la materia 'ex qua' de la vela, sacramental casi con rango de sacramento, mientras que el olor a cera es una situación catárquica, una emoción espiritual, un saber estar en el monte Tabor, rozando el cielo

Por Juan Clemente Gómez

El estudioso Juan de la Cosa, en su libro De Contrebiae rerum Natura, distingue entre la sustancia llamada cera y el olor de la cera, realidades muy diferentes. La cera es la materia ex qua de la vela, sacramental casi con rango de sacramento, mientras que el olor a cera es una situación catárquica, una emoción espiritual, un saber estar en el monte Tabor, rozando el cielo.

La cera es tan antigua como la Humanidad. En tiempos pasados para que el espíritu no volviese a los muertos, se sellaba con cera la boca del difunto, e igual se hacía con las estatuas. Del mismo modo, los chiquillos del Jardinillo utilizamos la cera para sellar las chapas de cerveza donde habíamos depositado con todo el cuidado del mundo el rostro de un futbolista ( de los cromos que salían en las tabletas de chocolate El alicantino) tapado con un cristal.

Eran verdaderas obras de arte que servían para jugar con ellas en las carreras de los caminos hechos de arena en el Jardinillo .

Oler a cera es oler a Semana Santa con la iglesia de El Salvador repleta de pasos, refugio de nuestros juegos a escondidas de los mayores, cuando el templo se cerraba al público y nos colábamos para jugar al escondite detrás de los santos.

Oler a cera es estar de rodillas en el santuario de las Angustias a cualquier hora del día o de la noche, en cualquier época del año, frente a la sagrada imagen con los ojos cerrados, acompañado del chisporroteo de las velas, pidiendo a la Virgen salir con éxito de los exámenes, aprobar la oposición para poder ir al altar como Dios manda, con el pan debajo del brazo.

Oler a cera es manosear la pequeña candela la noche de Pascua en la parroquia de Santa Ana; disimular las manchas de la cera derretida sobre la ropa; ir y venir tras el Cirio Pascual y cantar aleluyas como un descosido, sin saber que con cera también se practica un arte adivinatorio denominado ceromancia, vocablo confuso entre la jerga estudiantil, por aquello del mal augurio que conlleva practicar el arte del ceropataterismo.

De cera estaban hechas las tardes de Jueves Santo, en Uclés, el recorrido de los Monumentos con el abuelo Camilo, peregrinando de iglesia en Iglesia o las noches sin luz en el seminario, alumbrados con velas.

De cera son los exvotos del Cristo de la Caridad de Priego, allá en lo alto del convento de San Miguel de la Victoria, presidiendo el estrecho del río Escabas. O la cerería Palomo en la calle de Alonso de Ojeda, por cuyos ventanucos a flor del suelo, mi hermano Antonio y yo nos asomábamos intentando adivinar los extraños movimientos “velatorios” que intuíamos a través de los cristales enrejados.

Vestigios de esta cerería -pastelería queda en la actualidad al inicio de la calle de la Moneda, una pequeña tienda, que anteriormente fue peluquería, donde se pueden adquirir toda clase de productos de cera.

Y de cera son también los recuerdos de los velotes que recogíamos para hacernos el paso de la Cruz Desnuda, el único al que nuestro maltrecho presupuesto tenía posibilidad de salir en andas por el barrio.

Cuentan que las brujas, con la cera de las velas que sustraen de un altar, fabrican figuras humanas sobre las que realizan hechizos clavándoles alfileres, artimaña diabólica a la que nunca he tenido acceso, aunque para ser sincero, confieso públicamente haber hecho mocos de cera y colocarlos bajo la sonrosada nariz del monaguillo –cepillo en la iglesia del Salvador, pero eso a fin de cuentas es una cuestión que no sale del ámbito litúrgico, cera bendita, para entendernos.

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