viernes, 5 de febrero de 2010


"Zequiel enjabonado" (22/01/10) en el diario digital "Voces de Cuenca"


Ver en su contexto original: http://www.vocesdecuenca.com/frontend/voces/Zequiel-Enjabonado-vn3363-vst354

O leer:
Cierras los ojos y aspiras aire sin prisas, varias veces, dispuesto a despegar del sillón, a levitar, a ser inducido por los zequieles del imaginarium conquense revoloteando sobre los tejados inverosímiles de la calle de la Moneda.

Por Juan Clemente Gómez

Cierras los ojos y aspiras aire sin prisas, varias veces, dispuesto a despegar del sillón, a levitar, a ser inducido por los zequieles del imaginarium conquense revoloteando sobre los tejados inverosímiles de la calle de la Moneda. Emilia ha salido, hace frío. Emilia ha salido con Eva para pasear a la perrita Lola. Zequiel aletea detrás de tu oreja, Juan Inclemente, Juan Corriente y Moliente, Juan Indigente, el niño Juan Demente (de mente calenturienta) frente a su madre, lavando ropa en la pila de la cocina.

Mamá se limpia las manos en el mandil y extiende sus brazos para coger al pequeño Antonio, tú miras y sientes envidia, no es a ti a quien mamá acoge en sus manos, tú ya eres grande, eres el mayor y no puedes quejarte.

La ropa ha quedado en remojo en la pila grande. Una pila de obra, artesanal. Una pila sin límites en la que caben toda la ropa de la casa: tus pantalones cortos heredados del primo de Madrid, tus camisas arregladas de las que tu padre ya no usa, los pantalones reformados del uniforme de cartero urbano de tu padre y hasta la camisola de aviación de tu tío Pedro. Siempre fuiste un niño bueno, sin quejas, un niño conde, como Miguel Ángel, más conocido como conde Roferman; sin embargo el trauma de la ropa heredada aún permanece escondido en los pliegues de tu memoria…

Las manos de mamá oliendo a jabón casero, jabón de aceite refrito y sosa de la Droguería César. Unas manos humildes, encallecidas de tanto lavar a mano, manos parcas en caricias, manos envueltas en sosa, sin tiempo para oropeles ni florituras.
La droguería César y las latas de petróleo, largas colas para comprar unos litros con que alimentar el hornillo de la cocina.

Después de pasear a la perrita Lola, Emilia bajará a ver a su madre. Me han dejado un par de horas para que disfrute a mis anchas, acariciando el teclado del ordenador, mientras Zequiel sigue detrás de la oreja enmarcando a mamá frente al balde del jabón por la noche, cuando todos dormíamos.
-¿Sabes que una noche estaba haciendo jabón y uno de tus hermanos, no recuerdo cuál, empezó a llorar, me fui a la cama, le di de mamar y me quedé dormida, al despertarme, ya había cuajado el jabón y el mango de madera se había quedado dentro, tieso, sin poder sacarlo?

Años más tarde tu padre se presentó un día con una lavadora antidiluviana que daba vueltas y vueltas sin prisa. Eran los últimos años cincuenta y el progreso estaba cerca. Nada de lavar a mano en la pila grande, todo a la lavadora como las amas de casa de Madrid y de Valencia. En Madrid ataban los perros con longaniza, en Valencia los perros en lugar de agua, bebían horchata. Mientras tú eras cada vez más conde, y ayudabas a tu madre a pelar jabón, a desmigarlo para que se diluyera mejor. Había que calentar agua en una gran cacerola y luego dar vueltas al jabón triturado hasta que se deshiciera por completo, aquella lavadora era el último grito de la técnica, pero vaga como ella sola, incluso después de lavar era preciso sacar el agua puchero a puchero.
De mamá te queda el gesto, la actitud, la mirada, la imagen de sus manos anchas zamarreando ropa y tendiéndola por la noche, el aroma del jabón casero, la sosa. Un tesoro de sensaciones
Cierras los ojos, hueles a jabón casero y ves las manos de tu madre más allá de la frontera del bien y del mal. Zequiel vela y cuida de la sosa en el matraz de tu mente calenturienta, por algo eres demente y conde, un niño grande condescendiente que vaga noctívago por la calle de la Moneda en busca de gatos abandonados.

Guardas en el cofre esotérico de tu mente el aroma del jabón recién cuajado en las manos de mamá y te sientes tocado por la varita del hada Fortuna. Zequiel sonríe por dentro.

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