viernes, 5 de febrero de 2010

La flor de la resina” (29/01/10) en el diario digital "Voces de Cuenca"
Ver en su contexto:
O leer:
Vas por esos montes de Dios, pinares de Sotos y Mariana, bosquecillos del Paso de Piedra, camino de las Saleguillas, término de Fuentenava de Jábaga, vas y vienes percibiendo los aromas que la Naturaleza deja a tu paso, con predominio del pino rodeno y del negral, mezclado con el de la satureja montana, más conocida como ajedrea y en tierras de Cuenca, morquera, la de las aceitunas.

Por Juan Clemente Gómez

Vas por esos montes de Dios, pinares de Sotos y Mariana, bosquecillos del Paso de Piedra, camino de las Saleguillas, término de Fuentenava de Jábaga, vas y vienes percibiendo los aromas que la Naturaleza deja a tu paso, con predominio del pino rodeno y del negral, mezclado con el de la satureja montana, más conocida como ajedrea y en tierras de Cuenca, morquera, la de las aceitunas. A un lado te sorprende el vuelo raudo de la torcaz, el chillido estridente del arrendajo o el del cuco enigmático, que juega contigo al escondite inglés, y te disculpas ante ti mismo por no saber el nombre de otras aves que inundan esos oídos tuyos, patriarcales y omnipotentes.
Te gusta mirar al suelo a ver que te encuentras, huellas camufladas, distorsionadas por otros caminantes, insectos tempraneros, chinas fluorescentes o cantos antropomórficos, todo vale para esa curiosidad tuya, innata desde el día que naciste con un solideo en la coronilla, augurio de una vida pontifical. No en vano sigues teniendo alma de puente, para que crucen por tu lomo quienes necesiten pasar de un lado a otro en la vida.
En una revuelta del camino, escondidas entre la maleza, divisas unas cuantas macetas, pequeños vasos de barro, que un día sirvieron para recoger la resina de los pinos, la sangre vegetal, el fluido vital de la verde cúpula y hueles a placer, embotándote las fosas nasales de ese aroma químico, mágico y esotérico, un aroma que viene de las entrañas del árbol. La resina te lleva de la mano hasta la calle de los Tintes, subes las escalerillas del Túnel y unas casas más adelante, enfilando la calle de la Moneda, bajo la mirada atenta de Zequiel, justo a la derecha, te detienes .
Es la Casa de las Petas, humilde como toda la calle, con una imagen de cine en blanco y negro ,el padre haciendo astillas un grueso tronco de teda, astillas uniformes, rectilíneas, unas grandes y otras pequeñas, la mujer haciendo manojos y las Petas atándolos con una hebra de esparto. Toda la estancia oliendo a resina, a teda, a esos manojillos de tea, antorcha sagrada, para encender la estufa.
Nunca supiste el por qué de ese nombre, sólo que les llamaban las Petas y las veías, vender los manojillos por las calles, o en la puerta de la plaza de los carros. Las Petas representan en tu mente calenturienta una estampa de Galdós, a su alrededor blincan las figuras de un niño cojo que arrastraba una extraña maraña de hierros fijos a su pierna macada por la polio y el semblante hierático, apenas mortecino de la señora Emilia echando unas raspas de sardina a los gatos.

Con las teas de las Petas podías encender la estufa. Una estufa al rojo vivo gracias a una astilla veteada de resina, economía sumergida, sin impuestos. En los años cincuenta la palabra declaración era algo dulce, cálido y amoroso, ahora te imaginas esa misma palabra unida a renta y entre idas y venidas por los vericuetos mentales no te imaginas al padre de las Petas haciendo la declaración de la renta. A diez céntimos el manojillo, calculas que el Peta mayor debía estar todo el día agachado, con la espalda doblada para sacar adelante a su prole. ¿Qué habrá sido de aquellas chiquillas, que no jugaban con la pandilla a los tres marinos a la mar , ni al escondecorreas, ni mucho menos a escurrirse por el poyete de las escalerillas , en la placeta de las escuelas? Cuando el azar te lleva por esos lugares te detienes a ver el desgaste de las piedras. ¿Cuántas culeras de pantalones habrán pasado por ellas?

Casi por casualidad cae en tus manos el singular poemario Cuando aprieta el frío de tu amigo Gorka Díez y en el capítulo de Recuerdos lees “Me voy mañana con mis viejos amigos a la infancia y seguro que allí ya no habrá nadie”(José Antonio Labordeta”).

El chico de la prótesis llegó a ser médico, pero de las Petas… sólo queda su aroma de resina, impregnado en los quicios de la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario